jueves, 10 de septiembre de 2020

2020

Hay cosas que no se pueden apresurar, te lo digo cada vez que, con tus manitas en las mejillas me pides más palomitas de maíz. Y recuerdo que como tú yo tengo muy poca paciencia, y que he aprendido a tomarme las cosas con calma, aunque la ansiedad se disfrace de eficiencia. Y puede ser que este tiempo encerradas nos haya enseñado muchas cosas, pero sobre todo el saber esperar a que las cosas estén un poco mejor. Yo no sé si prometerte que lo estarán algún día, pero quiero aferrarme a la esperanza del día a día y vivir feliz con todo lo que ya tenemos, que es mucho. Tenemos suerte, mi pequeña hija, probablemente no recordaras este tiempo y si lo haces, será como una bruma de juegos y tardes largas de películas. Estamos juntas, abrazadas, como siempre, sentadas en nuestro sofá, charlando de las cosas que te gustan y convenciéndome de darte más helado. Tienes un gran poder sobre mi, y yo tengo gran influencia sobre ti. Nos pertenecemos tan intensamente que aveces no sé donde terminas tú y comienzo yo. Mientras escribo esto, cantas, compones tus propias canciones, tarareas la vida, y andas en tu pequeña bicicleta por toda la casa. Quiero recordarte así, porque el tiempo me ha arrebatado a mi bebé y me ha entregado a una niña efervescente, gritona y extremadamente inteligente. Los días se van comiendo los momentos que vivimos y la rutina a veces no me deja saborearlos. Nuestra vida juntas es una fiesta de cumpleaños, te levantas felicitando al sol por alumbrar tu cara y te duermes bailando con las estrellas. No paras, y no me dejas parar, y a veces sin aliento intento recuperar mi vida. Esa que se quedó en e camino pero que a la vez pasa como brisa sobre mi oído. Siento que estamos en constante espera pero no recuerdo de qué. Y mientras esperamos, te gozo y te contemplo. Felices tres mi pequeña niña, bienvenida a la infancia.

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