martes, 14 de mayo de 2013

La verdad.

La verdad se oculta entre los racimos de flores de la entrada; cada taza, los cubiertos, la mesita de noche. No es trabajo de nadie, por lo menos de alguien que yo conozca, poner en tela de juicio tus dichos y lo que ocultas tras el mantel del café de esta tarde.

Hay verdades que se asientan junto a mi boca como pergaminos dorados. Intenté (muchas veces) correr a buscar las palabras exactas entre la niebla, los días soleados y las cámaras de belleza perfecta, no las encontré. Entonces, busqué tu reflejo y ya no estaba, me di cuenta que las palabras no existían y desaparecí esa tarde.

Todas las verdades llegan juntas como los papeles en el escritorio un viernes por la tarde, como las escaleras de tu edificio cuando traes las compras. Largas e interminables, sufribles y necesarias. Caminé por todas ellas, encontré Burdeos y fotos de la plaza con niños con pies húmedos aquella tarde.

Conocí la verdad, y también guarde mi verdad bajo un personal y hermoso retablo. Entable conversaciones secretas conmigo misma entre las calles más inspiradoras de Polanco, entre poetas y escritores, entre heroes de guerra, entre corsarios. Ni ellos se enteraron, lo dije bajito, bajito, lo canté, lo pronuncié en letras, en versos que ya no recuerdo bien, pero lo dije, todas esas tardes.

Quizá, me ha faltado decir, quizá me ha faltado pedir perdón muchas veces en mi vida. La verdad, es que no lo sé. Hoy, me conmuevo inmovilizada por el viento, veo que emprendo casi cada día un nuevo plan diferente, una nueva fórmula distinta. No me enfado contigo, ni conmigo, ni con ellos. Y no queda mucho que desear de aquellos tiempos. Pero, recuerda, prudente, recuerda, que cantaré en silencio esa verdad que oculto entre sonetos.



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