lunes, 6 de septiembre de 2010

En casa.

Dentro de aquella familia las cosas cálidas y la empatía decoraban la casa. Uno puede estirar su misericordia hacia el ser querido hasta grandes extremos. Entrar de nuevo en el circulo de mi madre, invadir los espacios que desde chico habían recogido mis lagrimas, presentarme bajo sus faldas a mis treinta años nuevamente me daba un poco de miedo. Mi padre esperaba en la sala, sentado, angustiado  y agitando su despeinado libro café (que seguramente se trataba de alguna guerra o movimiento obrero), por todo el vidrio de la ventana. No sabía si le emocionaba que volviera o si esperaba simplemente que mi madre dejara de preocuparse, pero estaba ahí, como siempre. Sobre la mesa de la cocina una vieja jarra de vidrio hacia las veces de florero y pequeñas flores igualitas a las que mi madre tiene sembradas en la entrada se agitaban con el aire que entraba del pequeño patio de la casa de mis padres.

No hubo mucha platica a mi llegada, subí mis cosas al cuarto que compartí por años con Jorge mi hermano mayor. Todavía parecía mejor tendida su cama que la mía, él era más ordenado, más inteligente, y a veces creo que más feliz que yo. A pesar de eso, jamás me lo hicieron saber de niño, hasta que yo solo me di cuenta. Puse mis cosas sobre la cama y me senté esperando que las horas pasaran rápido, y que de pronto la vida me diera la respuesta de una pregunta que aún no sabía.

El olor de la cena me despertó de mi concentración, las grietas de aquel cuarto habían ocupado todos mis pensamientos. Pronto escuché los pasos de mi madre, igual de pesados y duros como cuando mis hermanos y yo nos apresurábamos en el baño para estar listos. El momento de la cena en mi casa, significaba el corazón de mi familia, no importaba lo que pasaba en la vida de cada uno, los deberes, ni las amistades. A las ocho en punto mi padre,  mis dos hermanos; Jorge y Eva, y yo, debíamos estar sentados en esa mesa redonda, esperando que mi madre nos deleitara con alguna receta, unas veces misteriosa, otras tan ordinaria como quesadillas y jamón. Mi padre nos cuestionaba sobre nuestro día y estaba prohibido contestar con monosílabos o con pequeños argumentos. Debíamos contar lo más que se podía, de lo contrario mi madre se dedicaría a cuestionar nuestros pasos, hasta dar con la verdad.

Esa noche cenaríamos pollo y verduras, mi padre había tenido algunos problemas con su colesterol y ahora mi madre cocinaba cosas bajas en grasas y algo aburridas. Se notaba que mi padre estaba cansado de dicho menú, ya que su expresión de fastidio duro toda la velada. Por mi llegada mi madre había preparado un pastel de manzana, los ojos de mi padre brillaron con la llegada de tan suculento manjar, pero un sólo gesto de mi madre calmó sus ánimos y dentro de su plato un pedacito pequeño, casi grosero acompaño un tenedor que parecía descomunal a su lado.

Debes de estar cansado, dijo mi madre de pronto. En toda la noche la plática no había tenido más razón que la de darle vueltas a lo más superficial de la nada. Las noticias, el tiempo, el trafico del aeropuerto a la casa. Pero los ojos de mi madre cambiaron de su avellana convencional a ese casi rojizo. Eso sólo quería decir que había llegado el momento de hablar.

Mamá; sólo estaré unos cuantos días, les agradezco que me dejen quedarme mientras encuentro un departamento dónde pueda vivir. –Es que eso no me interesa Alberto- dijo mi madre, y de pronto empezó lo que yo ya había predicho en sus ojos.

Hijo, sé que debe ser difícil para ti todo lo que está pasando. Pero creo que venir hasta acá no hará que tus problemas desaparezcan. Sabes que tu padre y yo, no podemos hacer otra cosa más que apoyarte en tus decisiones, aunque no estemos de acuerdo. Pero en este caso, quiero que sepas cual es mi opinión, bueno más bien nuestra opinión –miro a mi padre severamente y éste asistió-. Como siempre, creemos que la familia es un vínculo indestructible y éste debe ser cuidado hasta el final. Cuando decidiste casarte con Tania la ligaste a éste vínculo y dejarlo atrás es algo que es muy difícil para nosotros entender. No sé cuales hayan sido las razones para tomar una decisión tan tajante y cerrada. Pero creo que como tu familia tenemos el derecho de saberlo.

Por un momento mi cerebro volvió a sentirse como un niño de seis años cuestionado por mi mal comportamiento con mi hermana a la hora de comer, y cómo deje que su muñeca preferida rodara por el lodo del patio. Pero  ésta vez estaba hablando de un comportamiento que les es completamente ajeno. La vida personal, o familiar que había decidido comenzar con Tania seis años atrás me hacía ser harina de otro costal, o por lo menos eso había creído todo éste tiempo. Mamá, le dije serio y con cara de adolecente enojado. Creo que son cosas en las cuales no debes de meterte. El rojo de sus ojos ardía y sentía su fulgor ahogado hasta la espina dorsal. Mi madre no estaba jugando, yo tenía que dar una explicación a mi divorcio, en ese momento o en otro, porque ella no iba a quitar el dedo del renglón.

Debido a que había comenzando una batalla que sabía perdida, me llene de aire pesado proveniente del perfume floral que provenía de mi madre.  Mire a mi padre que me correspondió con una mirada dulce y casi compasiva, y empecé a explicarle.

El amor es una situación difícil cuando los sujetos ligados por tal sentimiento no comparten la misma sangre. Es más fácil amar a mis hermanos y perdonar sus errores, es más sencillo dejar que mi madre me obligue a hablar de cosas que no quiero y comprender que mi padre guarde silencio cuando más necesito una palabra. Cuando el amor es entre dos extraños, cuando la pasión los une y las hormonas transitan por un tiempo, uno cree que se puede vivir por años en esa situación. Pero luego vienen los errores, los gritos, la rutina, los silencios y las neuronas nos hacen pensar demasiadas veces que lo que hicimos no fue la mejor elección. No quiero decir tampoco que no quiera a Tania, esa mujer llego a mi vida dejando que mi corazón la abrazara desde el primer momento. Su cara la puedo ver siempre en el reflejo de luz  a la hora de apagarla cuando voy a dormir, por las mañanas no puedo dejar de pensar en su nombre y creo que todavía busco su mano por debajo de las sábanas. No quiero que pienses que otra mujer ha movido mis sentidos, o que Tania a dejado de mirarme para ver a otro. Creo que dentro de lo que cabe nuestros problemas eran más serios que una infidelidad. Tania y yo nos cansamos de existirnos, de pronto no éramos más una pareja, los dos mirábamos para lados contrarios de la cocina en el desayuno y los besos sabían a periódico cuando nos despedíamos. Quisiera poder decirles que no hicimos nada para poder rescatar nuestro matrimonio. Pero hemos agotado todas las opciones. Como bien saben Tania es de esas que jamás se dan por vencidas, no saben perder. Y ella ha logrado que yo me siente enfrente de un sujeto a contarle mis intimidades y hemos hecho largos ejercicios de entendimiento. Y es que ese no es el problema. Yo la entiendo y ella me entiende a mí. Siempre hemos sabido cuales son nuestros defectos, qué nos molesta de cada uno, y nos soportamos. Sabemos exactamente todo, nos predecimos, nos completamos las frases y terminamos por entendernos con la mirada. Ella me conoce como yo la conozco a ella; completamente. 

El corazón es un arma de doble filo, uno desgasta el amor, lo usa, lo vierte, lo subraya, de pronto nos vemos sumergidos hasta el cansancio en él y creemos que el líquido que lo sostiene en nuestro corazón jamás dejara de mojarnos. Pero una tarde te encuentras simulando amor en una cama, cansados de no sentir nada, intentando patéticamente sobrellevar nuestros cuerpos hacía lo que antes nos movía, y no pasa nada. Sólo mazas suspendidas por el tedio. Y las espaldas dan paso a un sueño tan fingido como el placer. Y pretendemos que dormimos, mientras ambos en cada lado de la cama, vamos separando nuestras vidas, viendo hacía la pared con los ojos bien abiertos, entendemos que todo ha terminado. Pero da mucho miedo dejar lo que se tiene. Empezar una nueva vida, tomar las riendas de tu propia felicidad es algo que duele e incómoda. Es más fácil pretenderla que realmente vivirla. Para ser feliz se necesita primero trabajar con libertad y paz. Cosa que ninguno de los dos habíamos hecho.

No quiero contar nada más, porque cualquier cosa que diga sobraría. Creo que en resumen puedo decirte, o más bien decirles. Tania y yo hemos dejado de amarnos.

Y entonces mi madre comenzó a llorar. Mi padre se paró del sillón y me abrazó muy fuerte, susurrándome al oído. Bienvenido a casa.

2 comentarios:

  1. Para ser feliz primero se necesita trabajar con libertad y paz ...

    Hay que ser dos ,para tener algo que ofrecer y tomar del otro ,ser uno es un error.

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  2. Eso del amor es cosa de dos, y eso del matrimonio es una cuestión complicada, romper con la monotonía, con lo cotidiano, romper con todos esos esquemas es difícil, pero claro, no es imposible, sin embargo, la felicidad es primero.

    tu texto ha sido detallado y narrado de una excelente manera, me ha gustado mucho.

    Saludos!

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