sábado, 10 de septiembre de 2011

En la mesa.

La tarde salpicaba rayos de luz toda la cocina, ni una sola nube. Sentados como siempre frente a frente, hacíamos ruido con los cubiertos, mientras los platos descansaban sobre el mantel de cuadros que tu madre hizo y, supongo nos regalo porque no tenia dónde ponerlo. Pan, carne dorada, vinagre, especias, y un poco de queso servia la mesa. No tomamos vino porque, simplemente no soportaba mis risas después de un par de copas. Sorbíamos agua de limón fría y con poca azúcar. Yo volteaba hacía los platos, para calcular cuanto tiempo estaríamos ahí. Tu volteabas hacía afuera, como si algo interesante estuviera pasando.

En silencio, sin pretender contarnos nada, aguardábamos a seguir con la rutina de los sábados. Al terminar, recogí los platos, y los llevé a la barra para poder lavarlos. De espaldas a ti, no escuché cuando te acercabas hasta que, ya sin opción, escuché tu respiración molesta y pesada en mi oído.

Tus manos suaves pasaron por mi cintura y comenzaron a jugar con mi ombligo. Inmóvil, sentí como mi cuerpo se endurecía. Tus manos como un par de cadenas sujetaban mis ganas y las dejaban encerradas en mi pecho. En cambio, todas tus intenciones se resbalaban por la frialdad de mi cuerpo en aquella tarde calurosa.

Comenzaste a besarme el cuello, y yo, a fregar los platos. No hice ni un sólo gesto, cansado de mi indiferencia, tomaste mi cintura y me volteaste hacía ti. Encima te vertí, con algo de mala intención, el jabón y los restos de limonada. Mi plan funcionó y tu cuerpo se alejó del mio, empezaste a limpiar tu camisa y yo me disculpe, saliste de la cocina y yo seguí limpiando la cocina, observando la tarde, y observando al tiempo.

1 comentario:

  1. cuando el amor comienza a decaer entre una pareja es mal aviso. habrá mal tiempo con nubarrones oscuros...

    Besos.

    ResponderEliminar