jueves, 8 de septiembre de 2011

No.

No es por miedo que, cada que despierto busco con mi mano y los ojos aún cerrados, ese pedazo de ti que duerme bajo mi almohada. Te escucho, y sin sentirte, te encuentro pegado en mis sábanas.

Y reconozco; las flores envejecen al instante si no eres tu quien las manda. Los poemas estériles de ti, plagan mis cuadernos y los libros que ya no he vuelto a leer, por creer que, al hojear lo que con otros ojos he leído, falto a tu memoria y al amor que está enterrado vivo, aquí, entre mis cuatro paredes.

No tienes responsabilidad de lo que te quiero, quizá de la distancia que se teje en el orvallo sutil de tu trinchera. Las caricias muerden polvo cuando pronuncio tu nombre y nadie contesta. Y los unicornios azules vuelven y se desvanecen, no los reconozco. No es imposible que mis ojos, cansados de ser miopes no piensen más en verte, ni que se derrumben las comisuras de mis labios por no tenerte cerca.

No quiero pronunciar palabra efímera, ni hueco carente de ti. No son graves las voces, ni largos los atardeceres. No hay minutos que contar en reversa, ni lagrimas con tu perfume. No es por miedo que, no te diga que te espero cada tarde, cada noche, a que vengas.

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