domingo, 1 de noviembre de 2015

Mareas.

Regreso porque no es fácil hacerlo, me escribo de pronto y nada está al rededor mío o eso creo cuando me coloco los audífonos y pretendo trabajar. las redes sociales se divierten y los niños juegan en la calle. La música que he puesto /no importa cual/ me envuelve en una manta de invisibilidad y puedo sentir que dejo de existir en alguna realidad. hago una llamada debajo del agua, calculo el tiempo en que tendría que volar, hago planes para retirarme de esto. Me digo que no debería seguir escribiendo, dejo de escribir y me culpo.

No soy solo una cosa, quizá no soy un entero de mi, pero todos esos pedacitos de diferencias me colocan frente al espejo y me reconozco /algunas veces/ y sigo mi día. Hubiera querido recorrer las calles y explicar de mejor manera mis intenciones, mis errores tiñen de carmesí los labios y son el reloj que marcan la hora en la que debo dejar de hablar.

Los silencios son la ventana hacía las especulaciones, no importa si el coraje nos hace imaginar teatros derrumbados y paginas completas de sangre y moho. Del otro lado de la puerta hay sol, llueve y las mariposas recorren la ciudad. No puedo ni imaginar qué cosas estén escritas en el libro de las desesperanzas escrito por bucaneros traviesos que cumplen sentencias simples y demoledoras, se enfrascan en viajes de cansancio y recorren la casa esperando que sirenas sirvan un plato caliente de arroz y merluza.

Los mares se revuelven; la arena y los cadáveres danzan, muy debajo de los desiertos de agua destilada, la mirada de las estúpidas mareas nos recuerdan que seguimos existiendo, respirando cordilleras, inviernos. Pesados zapatos descansan debajo de la cama, el buzón ya no tiene mi nombre y las letras las como ahora con café y bagel.

Regreso porque es más fácil irme.


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