miércoles, 18 de agosto de 2010

De nuevo.

El aeropuerto se encontraba atiborrado de gente. Mi equipaje: una mochila y 53 kilogramos de ansiedad que migración paso por alto. No veía tu imagen por ningún lado. Mi temor mayor era no conocerte y que me confundieras. Habían pasado tantas cosas y ahora mis marcas se notaban en mis rasgos. Tu imagen resplandeció detrás de una familia, quizá de procedencia oriental. Y me miraste.

Camisa blanca, jeans azul claro y una sonrisa infantil. Eras tu, pero no estaba segura de ser la misma que tu necesitabas. La distancia que nos separaba por fin disminuía y yo deje que tus brazos me rodearan.

De pronto mi mente y el mundo encontró su eje. El Oriente y la puesta del sol, en donde debían estar. El pasado como un sueño visto al amanecer, desaparecía con cada bocanada de tu aire. Mientras seguía mi oído en tu pecho y tu emocionado.

Lo siguiente que recuerdo es haberlo visto contandome sus planes y pidiendo que me incorporara a ellos. Por una u otra razón; estaba empezando a escribir en ellos, dormida por la seguridad de saberme cuidada. Jamás volvería la tormenta, ni los sube y baja, empezaba a vivir la realidad.

Simplemente estaré donde debí estar siempre, protegida de mi misma y con un futuro que seria firmando una tarde de septiembre.

Estaba en casa, a kilómetros de distancia.

2 comentarios:

  1. El aeropuerto, lugar de despedidas y reencuentros, me ha recordado todo eso tu post, perfectamente narrado por cierto.

    Saludos!

    ResponderEliminar
  2. Buena suerte en tu nuevo destino!

    ResponderEliminar