sábado, 4 de junio de 2011

Amarillo.

Tumbada bajo una luz amarilla se dejaba llevar por el vaivén de la mecedora. Harían unos treinta grados, su piel repleta de arrugas grises dejaba ver un montón de manchas marrones, que claro, le habían empezado a brotar hacía ya varios años.

Mujer de expresión austera, de mirada gris casi azul, parpados que caen en repetidos pliegues. Su edad, imposible de calcular a ciencia cierta. En los años por dónde había nacido, ni el registro civil existía, y la partida de nacimiento era sólo aquella que expedía la iglesia católica por ser bautizado, el problema estaba es que harían muchos años que el cura en turno, había escapado con una mujer casada llevándose con su pecado los libros de nacimiento.

Ni mundo conocía, sólo salió del pueblo una sola vez de joven, tal vez de unos quince años. Su padre la llevó a la ciudad a que conociera a una tía que estaba a punto de morir. Pero como las cosas nuevas y que no se conocen, pasan como grandes sueños por la memoria, no podía recordar casi nada. Es probable que sea culpa de los filtros que se impregnan en los sentidos debido desconocimiento. Y de los recuerdos, poco quedaba, quizá sólo la mano de su padre al cruzar una calle y pequeños autos ruidosos que rodaban por calles anchas y sucias.

Esa tarde de calor, como casi todas las tardes sentada en el umbral de la estancia, con un trapo en mano, espantaba a los zancudos una y otra vez, sin lograrlo del todo. Intentando atraer los recuerdos e intentando olvidar unos tantos. La memoria sirve de poco con la edad, porque uno va viviendo casi a diario repitiendo todo, como si no quedara otra cosa más que seguir en automático. Sin responsabilidades, sin problemas, sin defectos, sin futuro. Sólo al día, como si se tratara de prender y apagar un cuarto, que por las noches queda muerto, y por el día iluminado escasamente, sólo para seguir ahí, sin un uso.

De joven se había casado. Aquel hombre, que conoció una tarde de marzo se fue con una de octubre, sin decir nada, por la noche, lo enterró y le rezó porque así se se usaba, sin un porque, sin intención alguna. Pensaba en él de vez en cuando. Tuvo dos hijos, crecieron y ahora ellos tienen los suyos, y venían como fantasmas de vez en cuando. Uno no tiene comprada la compañía, nacemos tal cual, nadie se obliga a estar con nadie, ni por contrato, ni por muerte, ni por angustia. Lo entendió tarde, y los dejó ir.

La luz empezaba a escasear por la tarde apagando su amarillo, sus ojos empezaron a cerrarse lentamente, el vaivén de la mecedora callaba y sus pequeños pies tocaron el suelo. Casi al anochecer su cuerpo la abandonó, dejó caer el trapo y las arrugas. Corrió, sin saber a dónde.

2 comentarios:

  1. ¿basado en algun hecho real?
    saludos ;)

    ResponderEliminar
  2. Hola Jota, pues podría decirse que tiene de las dos, tanto de realidad como de ficción. Tal vez un poco de proyección, quién sabe.

    Saludos!

    ResponderEliminar