lunes, 8 de agosto de 2011

Al grano.

El calor de agosto le empañaba los lentes, mientras una gota de sudor recorria su pecho lentamente. Tras escudriñar los laberintos de sus ojos aquella noche, se dio cuenta de lo absurdas que eran las despedidas. Todas son iguales. Entonces la luces de los árboles se alisaban y se dejaban ver largas y manchadas sombras. Por la ventana las personas caminaban dejándose escurrir por el vidrio mojado, sólo figurando lentamente hasta desvanecerse. Era fácil darse cuenta que tras terminar de llover volvería el calor, y quizá un poco de brisa del sur para empapar la noche.

Si se ponía atención se podría escuchar al ronco viento y como éste hacía erizar la piel con su rugido. En esas horas que todavía no es noche, ni es día, era de locos encender la luz del cuarto, pero él, más por miedo que por oscuridad decidió hacerlo. Frente a ella manchas rojas y azules como visión de fotoquinesis. Nunca había sentido como se quiebra la voluntad por dentro, hasta que la certeza de la traición se precipitó contra ella, arrebatándole, orgullo y vanidad. Todo al mismo tiempo. Fue así cuando un chillido extraño le araño los tímpanos y la hizo volver a ese cuarto, y a esoso ojos. El se ponía a hablar con las manos cuando algo le molestaba o estaba nervioso. Ella simplemente seguía escuchando: las campanillas de la bicicleta del niño de la esquina que hacía poco tiempo habìa dejado las ruedas de apoyo y ahora iba y venía por el barrio mientras su madre lo esperaba en la puerta. Los autobuses que llevaban ya el ultimo pasaje del día y que seguramente iban atiborrados de gente. La señora del piso de arriba golpeando el mantel y dejando caer las boronas de la comida para servir la cena más tarde. De repente una corriente de inquietud se desparramo sobre sus manos, y estas empezaron a sudar amargamente. La voz del hombre frente a ella se había desplazado por el pasillo aumentando su velocidad y su tono. El dolor que le hinchaba su piel hasta casi reventársela le impidió contestarle.

No había ya ni una sola luz en toda la calle, el ruidoso silencio empañaba ya los pasos del sujeto que iba y venía consolando un poco, la tenue quietud del silencio. Cuando la fatiga la obligo a cerrar los ojos, él encendió un cigarro y tomó las llaves de la taza que tintinearon de manera melodiosa despertándola del micro sueño apenas obtenido. De pronto el sonido del adiós dio un portazo, y las nubes cubrieron de nuevo el cielo oscuro, dejando caer las lluvias de agosto sobre el tejado.

2 comentarios:

  1. Una de las cosas que más me gusta de los viajes a mi pueblo en Sonora era estar sentado en el porche de de la casa de mis abuelos y platicar hasta que se iba la luz del sol por completo, al final terminaba platicando con sombras que tenian la voz de mis primos y mis abuelos y mismtios. gracias por llevarme a ese recuerdo.

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  2. Me alegro, como ya te dije; mi intención era enmarcar o ambientar la escena de tal manera que el drama saliera flotando por ahí como un accesorio. Espero haberlo logrado.

    Gracias por leer..

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