jueves, 25 de agosto de 2011

Olvido.

No es que no quiera hablar del tema, más bien, creo que hay ocasiones en que las paredes parecen tener más vida que los sentimientos, que, sin notarlo siquiera, se han dejado caer por la coladera de la ducha, donde tantas veces se han lavado los recuerdos.

Son ya varias noches que le doy vueltas al asunto, mientras trato de entender, o por lo menos de justificar el "porqué" de las cosas. Ese es mi problema, justifico a terceros y cuartos, y dejo en el tintero lo que a ti, con toda esa manía tuya de no comprender lo que digo, te toca. No hay sucesos que me delaten de manera mucho más sobria que mi propia frialdad. Y lo sabes.

El frío de mis pasos no es más que el viento que ha dejado, al caerse en mil pedazos el pasado que acompañaba los tuyos. Ves el piso mientras me escuchas, tomas tus manos y las entretejes como si ellas te fueran a dar una respuesta. Y no entiendes que la respuesta está en mi ojos, en las comisuras de mis labios mientras tartamudeo las ideas que me vienen a la cabeza, y dejo atrás todo lo que mi corazón está sintiendo. No porque quiera callarlo, si no, más bien, porque no te interesa.

Hace tanto tiempo que me fui, que parece increíble que todavía sigamos guardando razones para tener en la mano un boleto de vuelta. Te reto a que hagas un inventarios de mis acciones, que cuentes uno a uno mis defectos, que los hagas explotar para que me den en la cara y cubran de manchas azules mis ojos, mis labios, y mi cabello. Dejemos exhibir (una y otra vez, si te place) en una carta, en un boceto, en los borradores de tu correo electrónico o de tus recuerdos, todas las cosas que, por no saber rendirme, dejé pegados en tu memoria. Acaba, para tu tranquilidad, conmigo y mis acertijos.

Esta vez no te pido compasión, te pido olvido.

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