jueves, 25 de agosto de 2011

Aplastado.

De camino a casa, pensaba en la ausencia de aquel sujeto. Desde cuándo se habían dejado de amar, y qué duende tan cruel los había obligado a permanecer. Los fines de semana ella, tomaba sus precauciones, y hacía planes, siempre, sin él. Inventando mil escusas para no tocar sus labios, para verle lo menos posible. Él por su parte, llegaba tarde a las citas, llamaba cuando sabía que no le iban a contestar y hacía todo lo posible por mantenerse ocupado en el trabajo.

El cariño era un cascarón vacío dónde sólo quedaba la palabra, los años, y las experiencias. Ella lo amó tanto que se terminó el amor en alguna comida que le hizo y que él no supo apreciar. El terminó por conformarse con ser exitoso y comprobar que era un hombre de provecho, dejando, siempre atrás su vida personal. Pero seguían juntos porque era más cómodo.

Hoy después de tanto tiempo, y después de llorarle unas cuantas noches. Descubrió lo lejos que se encontraba el amor de ellos desde hacía tiempo. No se puede sepultar dos veces al mismo muerto. Uno lo entierra, le llora, lo vela, y le pone flores. Después la nostalgia. Y entendió lo hipócrita que puede ser el amor cuando ya no se encuentra un significado real a esa palabra.

La pérdida nos puede mantener ciegos por algún tiempo, pero siempre la verdad sale a flote, y el desamor, aunque escurridizo a la razón, termina por aplastar de golpe, las lagrimas que no se sienten.

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