lunes, 4 de abril de 2011

Destierro.

Agarrando una pequeña maleta con un par de jeans, unos tenis, camisetas, su chaqueta de piel (la preferida) y sin nada más. Abordó un avión. En soledad, como debía ser, como debió ser siempre. El destino; la lejanía.

Desterrada de su propia vida, de su gente, de sus sueños. Buscando nuevos y encontrando el cielo más lindo sobre las cabezas de otros. Pretendiendo olvidar lo que a su paso dejaba; se iba, por tiempo indefinido, sin esperar volver, ni telefonear, ni indagar sobre nada.

La cosa estaba hecha, echarse para atrás, imposible. Tenía dinero justo para no volver. Y eso quería imposibilidad para regresar. Lagrimas y reproches, siempre iban a haber. Un día la gente la que se quedaba, la que realmente la extrañaría, lo entendería. No se puede crecer bajo la mano de alguien más, ni conformándose con lo que nos ha tocado vivir. Uno tiene que ir buscando su propio camino, y eso hacía aquel abril, explorar.

Toda la incertidumbre (o por lo menos la que ella conocía) en una maleta de mano, atardeceres, noches largas, cortas y delgadas, lo que conocía y consideraba suyo, todo debajo del mantel de la esperanza, ahí donde el tiempo pasa, porque es lo unico que sabe hacer.

Autodestierro y confinamiento. Quince horas, vuelos, gente desconocida. Y por fin, volvía a empezar.

1 comentario:

  1. Volver a empezar en lugares desconocidos puede tener buenas consecuencias, aunque a veces el autodestierro no sirve de mucho, hay que tener mucha fortaleza en aceptar errores para lograr cambios.



    Abrazos!

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