viernes, 21 de enero de 2011

Esas intolerantes ganas de no decir nada, de callar silencios que matan. El dolor muerde el anzuelo todas las mañanas cuando los sueños desesperan las ansias e inundan los desconsolados momentos.

No, no volveré a escribirle, no lo haré porque hacerlo es afirmar que calladamente acepto mi derrota, prefiero dejar como un cáncer desahuciado al amor. Para que muera lento, para que muera solo.

Los grises se acomodan en mi pecho, en mis pensamientos grita la desesperación. El daño fue causado, por todos los lados posibles, no hay marcha atrás. La muerte es la inminencia que no tolera vuelta atrás. Yo no me aferro más, pero qué difícil despertar la paz que no se reconoce tan necesaria hasta que se pierde de plano.

Hoy con las manos abiertas imploro, lo que se tan que implorar, las verborreas, los parachoques, las escasas suelas de mis zapatos. Nada tiene sentido, pero aquí sigo temblando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario