lunes, 8 de marzo de 2010

Abrazo.

Marcos la abrazó, tenía veinte años sujetando con sus brazos a la misma mujer; aquella de la que se había enamorado en una noche fría de agosto; su mirada seguía siendo la misma, una chispa empapada de nostalgia invadía parte de su percepción, más no le hacía caso.

Martha no lo miraba, se recostó sobre su hombro y lloró, intentando pedir perdón entre sollozos. La honestidad había abandonado su corazón meses antes, quería olvidar aquel mes de marzo tan sombrío; pero ya estaba hecho. Ni las flores, ni el verde de los prados que perseguían su camino a casa cada día, la hacían sentir mejor. Hubiera dado todo (y al decir todo, hablo incluso de ese momento) por olvidar lo que su alma atrapaba con tantas fuerzas; cómo mirarlo sin sentir culpa?, si sus ojos la juzgaban sin saberlo siquiera.

Marcos jugaba con el pelo de su amada, olía a lo mismo, jazmín y un tipo de fruto, que resultaba afrodisíaco para sus instintos; no sabía porque lloraba, pero se culpaba por ser tan hermético, tan frío. La ausencia había sido el motivo sin motivo, la ausencia de motivo también tiene consecuencias. Ella seguía siendo su mujer, enredada en lazos y arras.

Martha pensaba en el amor, en lo sutil y fuerte del amor, ambigüedades de perspectiva. Quiénes eran después de tantos años?, no podría juzgar que los mismos, todos vamos evolucionando, sufrieron la disparidad de eventos, no se acompañaron en las buenas. Y ella se había enamorado.

Ambos se abrazaban fuerte, y justo en medio; la culpa los acompañaba.

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