viernes, 13 de mayo de 2011

Cerré la puerta.

No se puede pretender que no ha pasado nada. Si ya está la historia archivada en el cajón derecho de la cómoda que esta en la estancia.

Volviste un martes, o tal vez era viernes. Llegaste a mi vida, o más bien a mi casa entradas las ocho de la noche. Tocaste a la puerta como un extraño, lo eras. Abrí la puerta sabiendo ya, que te encontraría del otro lado, te miré de pronto y retrocedieron años, tu cabeza en el umbral de mi corazón. Esta vez sólo te dejé entrar a mi casa, te senté en la sala y te serví agua. Tomaste dos sorbos antes de empezar a hablar, yo miraba por la ventana, como pretendiendo encontrar una salida rápida o de emergencia.

Aclaraste tu garganta e hiciste ese gesto que en el pasado me producía gracia y que ahora me parecía de mala educación. Dijiste algo en un par de minutos y yo sólo pensaba en la vida juntos; los sueños rotos, las cadenas que estaban debajo de la cama, la soledad de tantas noches contigo, el lugar que ocupe siempre en tu vida.

Me preguntaste algo, y yo miraba en el vacío del amor que ahora faltaba. Las polillas acaban de devorar todos tus artículos personales. En mi perchero, ni tu saco azul había sobrevivido. Logré decirte algo, que debías de recordarte un poco el cabello, pues te quedaba mejor. Vi tu rostro extrañado, debiste pensar que estaba loca, y tal vez lo estoy. Luego repase con cuidado tus facciones y el pasado cayó, los recuerdos se humedecieron y la tinta mancho todas las páginas.

Quién eras? No, más bien, quiénes éramos? Registre la puerta con la mirada para tratar de decirte que te fueras sin palabras. Tu, te inclinaste para atar tus agujetas, te fuiste.

Y cerré la puerta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario