viernes, 23 de abril de 2010

Antes de que se me olvide.

Eran principios del otoño, por más que  el calendario señale que éste empieza hasta octubre, ese septiembre ya había llegado; y las hojas empezaban a cambiar de color, al parecer la vida les estaba arrancando su verdor, para regalarles aquel hermoso café rojizo, que a mí en lo personal me encanta. La naturaleza siempre es tan compasiva, les da una última oportunidad para causar admiración, y las deja jugar con el viento, para así terminar su viaje sepultando banquetas mientras son sacudidas por señoras en pijama cada mañana.

Mi despertar había sido difícil aquel día, entre la pereza del inaugural frío y los ruidos extraños de la noche anterior; mis ojos no encontraban una zona de tolerancia más que el callado ruido del agua en mi espalda. Tenía que ir a trabajar, seguir con una rutina exacta, y claro, visitar aquellos cuartos dónde se procuraba una justicia ciega, pero con una modalidad de juego de moneditas. La justicia no se movía si no era depositada en aquellos escritorios grises algún tipo de papel moneda. Ya casi me había acostumbrado, más no estaba de acuerdo. Poco importaba lo que ésta abogada recién nacida podría juzgar del poder judicial en aquel momento o incluso en éste.

El día transcurrió entre el calor de la tarde y los papeles tirados por todo el coche.  Una emplazamiento, dos actuarios que se me escondían y ya por la tarde tenía una cita en la iglesia. Trataba de visitar aquel santuario todos los jueves, ese día era martes, pero tenía una razón un poco más personal. En esa temporada mi necesidad espiritual había crecido tanto que se había vuelto casi diaria, y aquel día no era la excepción. Llegué al estacionamiento, un tono gris manchaba la zona, y algunas hermosas nubes amenazaban con salpicar las escaleras por donde pisaba,  así que opté por colgar en mis hombros aquel saco blanco que tanto me gusta, para proteger un poco a mi cuerpo de aquella amenaza de lluvia.

Llegué y me senté donde siempre: entrando, del lado derecho, hasta atrás. Tenía ese día muchas suplicas y necesidades que mi alma gritaba ahogadamente. Desde el aniversario luctuoso de una gran mujer, hasta el desgarramiento de mi propio corazón. Mientras me encontraba con la mirada perdida en aquel Cristo que parecía volar en el techo de la iglesia; le rogaba que me callera encima o me diera la oportunidad de sanar mi corazón de alguna manera. Soñaba por despertar de esa pesadilla que se habían vuelto mis sentimientos, entender qué siempre fue un “no” y qué al final de cuentas debía entender-lo. Seguía aquel culto con mis ojos congestionados de lágrimas a punto de salir, implorando un poco de compasión, un poco de realidad a aquel dramatismo que había secuestrado mi cordura.

Mientras seguía contemplando mi propia realidad, una sombra inundó mi ojo derecho. Pero tratando de no hacer caso, seguí concentrada en el altar y las letanías. Cuando algo familiar empantanó mis sentidos no pude detenerme y, sin pensarlo voltee. Era él, todo aquello que me mantenía implorando un poco de misericordia celestial, se encontraba depositado en el mismo asiento, a escaso metro y medio de mí. Sonriendo contestó a mi admiración y yo, me limité a ignorar, como me hubiera sido posible su presencia. Los minutos se contaban lentos, y no sabía si aquella imagen era producto de mi imaginación o de una rara broma del destino. Aquel sujeto debía estar a kilómetros de mí, o por lo menos eso creía. Pero era evidente que había llegado a la ciudad, y justo habíamos asistido a una cita silenciosa e inconsciente. De esa muestra del poder de la suerte y el destino guardo una moneda y una huida. La primera fue desplazada hacía a mi porque supongo que no traía dinero nacional para la colecta y mi desaparición del lugar se dio justo después de que aquel sujeto abandonara el asiento para ir a  consumar aquel acto de amor divino que es la eucaristía. Yo decidí marcharme. Desde aquel día me he preguntado muchas cosas de ese encuentro, y obvio también he pensando mucho en cómo narrarlo. Hoy me han dado ganas de hacerlo, hoy después de muchos meses, de muchas lagrimas y de comprender que nada queda ya de toda esa historia, se las presento. El encuentro improvisado de dos seres que negaban existirse y que al final de cuentas fueron estrellados contra el destino, o quizá contra algo más fuerte.

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