viernes, 16 de abril de 2010

El pueblo estaba obscuro, en silencio; sólo lo adornaban algunas estrellas ya que la luna había huido por esos días para esconderse quizá en otro continente: lejos de esa tierra llena de gritos tenues. Pero dentro del pueblo su ausencia se sentía como un plomazo de ausencia de un amor ingrato. Hacía tiempo que los habitantes caminaban sólo de día y en las noches se colocaban detrás de sus puertas y rezaban o simplemente callaban.

Todo era normal por la mañana, la gente hacía sus deberes, trabajando sólo para comer, ya que el tener lujos costaba más que ganarlos en sí, se prefería tener un perfil muy bajo y luchar sólo por sobrevivir en esa tierra áspera de sueños. Las rutinas de la iglesia habían cesado meses atrás después del ultimo enfrentamiento; el cura así como las dos monjas que proveían de material espiritual a sus habitantes habían desaparecido, sin decir adiós victimas de la ingratitud de una mala reputación hechiza o quizá habían sido victimas de la misma razón por la que el pueblo se contenía en ahogos de horror. En cuanto a otros servicios de asistencia como doctores y abarroterías: los primeros eran suplidos por mujeres conocedoras de hiervas medicinales y los segundos  mantenían en sus estantes lo necesario y lo que se podía conseguir de la ciudad más cercana.

Esa noche se podía ver la obscuridad de la tierra a medio platinar y se sentía una temperatura helada para ser mayo; cuando de repente un estruendoso ruido espantó a las aves qué dormían en los escasos árboles de la zona. Dentro de las humildes viviendas sus habitantes se escondían debajo de sus camas, apartándose de las paredes y de las ventanas. Habían llegado los que se creían dueños de la paz y la cordura; los amos del terror y de la concupiscencia. Llegaban atravesando el umbral de la ley, pisoteando a una autoridad fallecida a tiros, muerta a manos de no tener aliados para hacer justicia y manejar su conveniencia al poder del oro.

Por más que pasara el tiempo era imposible acostumbrarse a aquellos que robaban todo lo suyo; desde propiedades, hasta sus mujeres más jóvenes; habían matado en más de una ocasión en enfrentamientos contra los suyos, a más de una docena de menores y a sus madres. Sin mencionar al centenar de hombres que han muerto ya, queriendo defender inútilmente lo suyo. Esa tierra esta huérfana de padre, mientras su madre se escondía llorando por debajo de sus sábanas manchadas. 

Pero qué podrían hacer sus habitantes, pocos se habían preguntado eso. Porque el miedo había dormido sus sentidos y sus defensas; era un virus que carcomía su sistema y los congelaba sin habla, sin esperanza  y sobre todo los dejaba desahuciados de ideas.


Este escrito es una protesta, estoy cansada de la inseguridad, de aquellos que quieren matar los ideales del pueblo. Pero sobre todo es un grito para un pueblo dormido, desierto y contenido.

3 comentarios:

  1. Encantador relato, un palcer pasar por tu universo de letras....


    Saludos y un abrazo enorme.

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  2. Ojalá algún día puedas escribir una continuación en que los habitantes se empiecen a preguntar qué podrían hacer, para ver qué sucede a partir de eso.

    Como algo adicional y no muy importante, mientras leía el primer párrafo en algún punto empecé a recordar "Pedro Páramo", sólo por un brevísimo instante. Ya más adelante, a partir de que se escuchó el "estruendoso ruido", me acordé de un capítulo de LOST.

    En fin, bueno el relato.
    Saludos y mucho éxito.

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  3. Hola muchas gracias por leer!

    Jesús:
    Esa es la idea, estuve pensando el fin de semana sobre lo fácil es dese
    desesperarte y juzgar; aventar todo y decir me voy a Alaska a vivir!...

    Pero el país está olvidado quién es, y tenemos qué hacer algo. Luchar pasivamente por la reincorporación de la paz y sobre todo de la nacionalidad.

    Eso creo yo, espero poder hacer un mejor trabajo con la segunda parte, precisamente esa era la idea Jesús pero es un poco más complicado que la primera..

    Un gran abrazo!

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