miércoles, 16 de diciembre de 2009

Cuentito III.

Estoy en mi hora de comida, no iré a mi casa porque no traigo carro. Así que aprovecharé para bloggear y bombardearlos, para que tengan algo que leer en estas vacaciones, jajajajaj por lo menos algo de que reírse.

Ya casi me voy de vacaciones, y tengo la esperanza de que me sirvan para arreglarme un poco, últimamente me siento como un reloj roto por dentro, que en apariencia parece estar bien, pero ha dejado de marcar las horas, de nada sirve un reloj así. Por lo que tengo que componerme, echarme mano y empezar el año marcando la hora exacta. Me lo debo.

El egoísmo me ha carcomido el cerebro, parece ser un gusano que ha masticado poco a poco las esperanzas que tenía; las personas parecemos actuar siempre bajo nuestra pisada, no importa que rosas aplastemos o que arrasemos a nuestro paso, pretextos, hay muchos, pero no deja de ser egoísmo; nada justifica no ver más allá de nuestras necesidades, no para mi.

Pero no importa, ya habrá tiempo en que todos abramos los ojos a la verdad, que marquemos la hora exacta, que se pueda disfrutar del aire sin que algún nudo aparezca misteriosamente en mi garganta.

En fin; ahí va el otro cuentito, les debo el cuarto...quizá y si seguimos aquí, lo lean el año que entra.


.......

Era muy joven para entender porqué estaban pasando las cosas, tenía escasos 13 años; sus padres habían decidido divorciarse y eso, en vez de causarle tristeza le brindaba paz. Su padre siempre había sido un hombre muy violento, y estaba cansada de escuchar llorar a su Madre cada vez que él decidía ponerse borracho, lo cual se hacía cada vez más seguido.

El tiempo pasó y en Adriana sólo le quedaba de recuerdo de su padre su propio nombre, que por cierto aborrecía, todo el mundo le decía “la nena”, el escuchar su nombre le causaba nauseas, era un recuerdo de su pasado, de su liga directa con su padre, él se llamaba Adrián, por lo que su nombre no era más que un derivado del de su Padre. Era una mujer de 25 años, había trabajado desde los 20 en una tienda departamental, empezando como vendedora, ascendiendo poco a poco, hasta llegar a jefa de personal, su puesto actual; amaba su trabajo y disfrutaba el trato con la gente; lo único que le molestaba era aquella placa dorada que colgaba del saco que usaba todos los días como uniforme, le recordaba a todo el mundo que su nombre no era “la nena”, si no Adriana.

Todos los días salía religiosamente a las 8:00 p.m., ese día había decidido ir al cine con Manuel, su novio, había quedado de verse con él a fuera del cine a las 9:00 p.m., lo que le daba tiempo de recoger unas cosas en la tintorería de aquella gran plaza comercial. Adriana iba saliendo de su trabajo cuando de pronto una mancha gris, llama su atención, era un hombre como de 55 años, con pelo negro, plagado de canas; no estaba vestido como un pordiosero pero poco le faltaba. Un retorcijón invadió su estomago, como la lucha entre dos grandes titanes en una isla desierta.

–Adri..NENA!- exclamo el señor,

-¿qué haces aquí?, no entiendo que vienes a buscar, no tengo dinero, ni ganas de verte-, contesto furiosa.

–No te busco para eso, aunque parezca, ¿sabes?, hoy es mi cumpleaños, y quería pedirte un regalo.

–Lo sabía, no puedes sorprenderme por lo menos una vez en tu vida. –

-Espera hija no has escuchado lo que vengo a decirte, quiero pedirte que me des tu perdón, pero de todo corazón, el tiempo se nos va rápido y yo siento que mi ritmo de vida, mi pasado, no dejará que duré mucho más que este cumpleaños-.

En ese momento se dio cuenta que, del hombre que recordaba que era su padre, no había nada en esa figura ante sus ojos; el hombre tosco y recio, era hoy como un viejo enfermo que aparentaba de mayor edad de la que realmente tenía; Adriana comenzó a sentir como de su corazón empezaba a desprenderse poco a poco aquella capa de dura carne, que se había forjado con los años, el rencor hacía su padre, parecía haberse esfumado y sus manos comenzaron a sudar y temblar de manera incontenible; - Te perdono Padre-, se apresuró en decir Adriana; pero me tengo que ir, disculpa. Así dando la media vuelta Adriana dejó a su padre, con una gran sonrisa en la boca, lo había perdona su hija, y para el significaba el descanso de su propia sangre en su cuerpo.

Adriana llego 10 minutos tarde a la cita con Manuel, el ya estaba esperándola en la entrada del aquel cine, -NENA!!! ¿Por qué has tardado tanto?- Dijo Manuel con una mueca burlona; -Dime Adriana, hoy he hecho las paces con mi nombre y con mi sangre.

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