martes, 15 de diciembre de 2009

Miguel y Ana.

Esta historia, no es de las cuatro que prometí, pero quiero compartirla porque le tengo un gran cariño; Espero que la disfruten, disculpen es bastante larga.

Habían pasado cuatro o cinco años desde la última vez que se vieron; aquel lugar estaba repleto de gente que iba y venía como esferas de colores, cada uno en su propio mundo, en su propia carrera de vida. No se hubieran visto entre tantas personas, dos almas son sencillas de esconder entre la multitud; pero todo parecía haber estado planeado.

Ana y Miguel se habían conocido hacía más de diez años, eran unos niños todavía, no recordaban si había sido en aquel diminuto salón de inglés o en la casa de aquel amigo en común, dónde se habían visto por primera vez; poco importaba ya. Habían compartido sus vidas por más de 3 años, crecieron juntos, aprendieron a jugar al amor, en sus recuerdos aparecían miles de tardes tirados en el porche de aquella vieja casa, millones de salidas clandestinas, de regaños por llegar tarde; pero nada les importaba por aquellas fechas. Ningún muro parecía suficientemente alto para separar a aquellos dos corazones; ninguna prohibición pesaba tanto como el amor que compartían.

Aquella tarde Ana lo vio desde lejos, era inconfundible su figura alta y esbelta, ese porte de galán parecía haberse acentuado con los años; quizá el no había podido verla –pensó-, y trato de agachar la mirada para evitar el encuentro lo más naturalmente posible. Era demasiado tarde el ya la había visto. Miguel la recordaba precisamente así, con esa actitud de chiquilla, claro que había rasgos de madurez evidentes en su cuerpo y en su cara, pero en esencia era la misma, podría imaginar esa sonrisa de sorpresa que pondría al verlo y como jugaría con su pelo signo inevitable de su nerviosismo.

Las miradas de Ana y Miguel se encontraron y aquella plaza quedo deshabitada en cuestión de segundos, no escuchaban más que el latir profundo de sus corazones nerviosos. Era lógico sentir inquietud, habían vivido demasiadas cosas juntas. Sus cuerpos se acercaron como dos extraños que sólo se han conocido por equivocación, un saludo frio inició la plática aquella tarde.

Sus bocas se preguntaban mutuamente, cosas casuales; ¿cómo te ha ido?, me dijeron que ya acabaste tu carrera, ¡Ah, qué bueno que ya estás trabajando!, y ¿tu mamá, como está?, ¿tus padres?, ¡mira qué bueno todos bien!, pero por dentro Miguel se preguntaba, el porqué había pasado tanto tiempo, ¿Por qué habían terminando?, -era un paso lógico, necesitábamos crecer- se repetía. Ana por su parte, no dejaba de recordar lo mucho que lloró esa noche, una llamada telefónica había bastado para terminar con tres años de historia. Se habían gastado el amor gota por gota, había perforado las suelas de los zapatos de nube que se habían puesto desde que se conocieron. De aquel amor eterno, no quedaba más que le eternidad misma. Se les había hecho eterno los momentos de ausencia. Pero no lo habían notado.

Cada uno contaba una historia diferente, las cosas cambian muchísimo con el paso de los años. Ellos no eran los mismos, pero eran parte de lo que eran ahora, no podrían desligarse nunca, porque se formaron juntos, porque el concepto de lo que sabían sobre el amor los unía, quizá eternamente.

Ana se apresuró a despedirse, Miguel entendía perfectamente que, como siempre, estaba huyendo de sus sentimientos, compartían ese miedo desde aquella noche que dejaron sus vidas. Un abrazó concluyó con el encuentro y no se dijeron nada, Ana no dejaba de repetirse por dentro; -que seas muy feliz, que seas realmente feliz, que seas feliz siempre-, Miguel, pudo reconocer el olor de su pelo y su mente recorrió poco a poco lo que recordaba de su cuerpo, dijo algo así como; -Cuídate mucho- y sonrió, -tu también- mascullo Ana, mientras jugaba con su pelo, de inmediato se dio la vuelta y Miguel la vio irse, por un momentos los dos emitieron un suspiro profundo. La plaza parecía haber recuperado a la gente y el ruido se empezaba a acomodar en sus oídos. Habían olvidado el encuentro.

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