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Es la una de la mañana, sigo tosiendo, creo que tengo fiebre, me duele la luz de la computadora, pero no puedo dormir. Me siento tan vulnerable y frágil. La enfermedad se apodera de mis sentidos; creo que entra por mi espalda y trata de salir por mi nariz o por mi garganta en forma de algo no muy agradable.

Empiezo, creo a delirar, hace rato que dormí ; no deje de soñar y pensar inconscientemente que escribía, eso pasa cuando dejas de hacerlo, me debo muchas letras; no puedo contra la necesidad de escribir. Nada parece pararme, ni siquiera la enfermedad, quizá ésta le de un toque de locura y alucinación del paracetamol.

Me vienen a la mente palabras, muchas impronunciables; siento que mis manos sudan, mi cuerpo tiembla, la temperatura se sale de mi cuerpo e inunda mi cama, me siento sepultada entre sabanas y mi propio malestar; qué porque sigo aquí, por que las palabras me dan vida, ilusión, fe; me curan el alma. Sí existiera alguna forma de inventar mi propio idioma, si encontrara la manera de hacerme entender, todo me sería más fácil. Por lo pronto sigo sintiendo dolor latente en toda mi frente y espalda, pero no me importa, el dolor siempre es pasajero, el malestar se irá tarde o temprano; ya no le hago caso al dolor, no perdura.

Siento un mareo, trato de no ver la computadora, cierro mis ojos, las letras fluyen como la lluvia de un día de octubre, van cayendo sobre algo gris en mi mente, veo un color rojo y naranja en tonos obscuros frente a mis ojos cerrados, mis parpados laten, mi cuello parece no querer sostenerse con al misma fuerza. Mi cuerpo me está ganando la batalla y mi mente parece sucumbir ante el poder de esa extraña fuerza que amartilla mis poderes naturales, los aplasta y no deja nada de ellos.

Mis fuerzas se terminan, me derrumbo entre la pesadez de los dedos, el liquido en mi rostro, el dolor de mi pecho, la incomodidad de saberme enferma de cuerpo; pero viva, muy viva en en el alma. Al final eso es lo importante y agradezco.